–¿Vive Aragón un despegue de la economía social y solidaria?
–Yo creo que sí. Aunque, más que surgir nuevas iniciativas, nos vamos poniendo en contacto unos con otros los impulsores de las que ya existían. Había muchos proyectos que al principio no veían muy claro su nexo de conexión con la economía social y solidaria, pero últimamente se está ampliando el círculo. No es que haya habido un cambio de planteamientos en el movimiento; simplemente, se ha ido dando a conocer. Se ha visto que más que una alternativa es ya una realidad y eso ha resultado bastante atractivo para gente de otros ámbitos.
–Sin embargo, este despegue se está centrando en Zaragoza. ¿Qué dificultades está encontrando para implantarse en el medio rural aragonés?
–Para mí, la mayor virtud que tiene este movimiento es que se va construyendo poco a poco pero en un entorno en el que se genera una confianza importante. La unión de unas iniciativas llama a más iniciativas, y este despegue está provocando que determinadas entidades, que ven que las cosas funcionan, se unan.
Pero claro, esto ocurre en un contexto de cercanía. Y eso en la ciudad es muy fácil. El roce va generando esas dinámicas. Pero parece que romper esa barrera geográfica está resultando complicado, ya que en el medio rural no existe ese contacto tan directo. De hecho, muchas de las iniciativas que están surgiendo en los pueblos y que han entrado en contacto con nosotros surgen de gente que sale de la ciudad hacia el campo, no es que ya existiesen allí previamente.
–Pero, a pesar de esto, ¿van aumentando las entidades de economía social en el medio rural aragonés?
–Desde luego. Y esa barrera física o geográfica a la que yo aludía se va difuminando cada vez más. Hay un movimiento importante de gente que ha tenido contacto con lo urbano y ha vuelto a lo rural, conoce el entorno de la economía social y solidaria y permite que haya una transferencia entre ambos ámbitos. Donde sí veo una barrera más importante es entre la gente que siempre ha estado vinculada al medio rural, que está desarrollando iniciativas que pueden tener puntos de conexión muy fuerte con esta economía alternativa, pero que no vinculan su visión a la de la economía social y solidaria.
–Las que sí están conectadas, ¿cómo articulan su trabajo en red?
–En RuralESS no queríamos actuar como paracaidistas, llegar a predicar diciéndole a la gente lo que tenía que hacer. Simplemente ponemos en contacto a gente cercana que trabaja con los mismos valores, y así la red empieza a generarse.
Vimos que de lo que se trataba era de darle valor a iniciativas que ya existían para que esa red se pudiera generar. Para eso facilitamos espacios de encuentro, como el que celebramos hace justo un mes en Aínsa, o el pasado fin de semana en Muel. Hablamos con gente que conocemos y ellos difundieron el mensaje entre quienes pensaban que podían estar interesados en generar una red y aprovechar todas las ventajas que esto les puede aportar.
Esa es la dinámica que nosotros llevamos a cada encuentro. Solo les ofrecemos el marco, la herramienta, que es un conjunto de principios y valores a la hora de hacer economía. Y, si ellos están de acuerdo, deciden qué puede salir de ahí para favorecer la transformación de su territorio. Nuestro objetivo no es generar nada nuevo. Simplemente es poner a la gente en contacto para que pueda trabajar conjuntamente.
–Hay proyectos productivos en el medio rural aragonés que responden a los principios de la ecomía solidaria, en muchos casos sin ser tan siquiera conscientes de ello. ¿Qué los caracteriza?
–Todos los valores que deben cumplir los proyectos productivos y económicos de la economía alternativa se resumen en la Carta de Principios de la Economía Solidaria, que son equidad, trabajo, sostenibilidad ambiental, cooperación, sin ánimo de lucro y compromiso con el entorno.
En cada encuentro siempre hacemos una parte introductoria explicando en qué consiste esta herramienta denominada economía solidaria y por qué creemos que puede adaptarse a los planteamientos de cada territorio. Y para mí siempre hay dos puntos principales. Es un modelo que cambia el paradigma de lo que está en el centro: el beneficio económico deja de ser lo más importante para dejar espacio a la satisfacción de las necesidades de las personas, tanto de las que trabajan en el proyecto como de las del entorno.
Y, por otro lado, yo destaco el concepto de cooperación. Si hacemos algo conjuntamente va a ser más beneficioso para los dos. El resultado no será una suma, sino algo más. Cuando planteamos esto mismo para una relación entre empresas, se trata de sustituir el concepto de competencia por el de cooperación.
–¿Qué ventajas aporta la economía solidaria a las mujeres del medio rural?
–La economía feminista, y el trabajo reproductivo y de cuidados, es hoy por hoy la corriente de estudio más potente dentro de REAS. Su incorporación ha sido clave para situar a las personas en el centro de esta corriente económica. Me encantó ver cómo la mayoría de las iniciativas que acudieron a los encuentros de Aínsa y de Muel estaban lideradas por mujeres.
De manera transversal, la economía social y solidaria pretende instaurar la economía feminista, que trata de poner en valor no solo la capacidad trabajo que las mujeres pueden desarrollar en un plano de igualdad con los hombres, sino reivindicar también el valor de todo el trabajo de cuidados y reproductivo que, por cuestiones de género, ha quedado tradicionalmente invisibilizado y pisoteado. Frente al empleo remunerado, este trabajo fue despojado de su valor económico, pero siempre ha sido imprescindible para que la economía pudiera funcionar. Para que el marido pudiera estar 12 horas picando en el huerto, tenía que haber alguien detrás manteniendo la casa.
–¿Qué horizontes de futuro abre la economía solidaria para el medio rural?
–Es una posibilidad real para implantar en el mundo rural otra forma de hacer economía y un nuevo modelo de desarrollo acorde con las ideas que tenemos en RuralESS. Además, el medio rural está llamado a jugar un papel preponderante en la economía social, por ejemplo, en términos de sostenibilidad o de soberanía alimentaria, a través del sector primario. Es un polo de desarrollo fundamental y una posible solución a nuevas alternativas para un nuevo modelo socioeconómico.