Artículo de Ana Belén Martín Vázquez FUHEM Ecosocial . ( El salmón contracorriente).
Las cosechas cotizan en los mercados de materias primas, como si de un recurso más se tratara, y las cadenas alimentarias son controladas por poderosas corporaciones. Productores y consumidores pagan las consecuencias de un sistema desigual que tiene serias implicaciones sobre la salud y los ecosistemas.
La concentración empresarial del sector alimentario en el Estado español explica cómo se establecen los precios de los alimentos: cada vez más alejados del coste de producción y tratados como cualquier otro negocio, con las perversas implicaciones que ello conlleva. Para Ferrán García, coordinador de Investigaciones de VSF-Justicia Alimentaria Global, “el binomio gran industria alimentaria y gran distribución tiene el monopolio de la alimentación y son los que ostentan el poder de determinar qué se produce y qué se come, dónde, cómo y a qué precio”.
En el artículo “Dos menos uno, dos. Quién decide el precio de los alimentos”, Ferrán Garcia plantea los desequilibrios existentes en nuestro país, subrayando que son posibles por la inacción política. Un alimento multiplica por 4,5 el precio, desde el campo hasta nuestras mesas, y el 60% del beneficio del producto se queda en la gran distribución”. Mientras en España la ganadería lechera no participa del beneficio de la venta de un litro de leche, en Canadá la ganadería obtiene el 54% del precio final de ese mismo litro de leche.
La situación, en palabras del autor, responde a la dominación que la distribución ejerce hacia el campesinado y el consumo, gracias a su concentración. Oligopolios de empresas que procesan el alimento y lo ponen a la venta logrando un “poder imperial sobre el resto de los actores de la cadena”.
El 60% del beneficio del producto se queda en la gran distribución
La gran distribución es el poder del oligopolio en acción: decide tipo de alimento, variedades, precio, estacionalidad, país de origen, tipo de producción… Es decir, todo, porque en el sistema alimentario predominante lo que no está en los lineales de un súper no existe. Bajo el manto de diversidad ficticia de sus estanterías se esconde la uniformidad de un puñado de empresas. Corporaciones alimentarias que, en su mayoría, pertenecen, cooperan o invierten en conglomerados que controlan otros sectores económicos.
Basta con poner unos cuantos ejemplos: ¿Leche? Cuatro empresas controlan el 60% del mercado. ¿Huevos? Cinco empresas controlan, aproximadamente, uno de cada 4 huevos que consumimos. ¿Frutas y verduras? En el Estado, cinco grupos controlan más del 45%. ¿Carne de pollo? Tres empresas la mitad del pollo consumido en el Estado, la primera de ellas controla casi un tercio ¿Productos cárnicos? el 70% lo controlan cuatro actores.
Esta concentración de poder, también afecta a la producción de semillas -que se encuentra en manos de cuatro empresas-, y a la menos conocida situación de los animales -la industrialización ganadera se basa en animales seleccionados genéticamente y en piensos que son controlados, a nivel mundial, por no más de 10 empresas-.
Salud y huella ecológica de nuestra alimentación
Un reciente estudio de Global Footprint Network analiza la huella ecológica de las dietas mediterráneas y la biocapacidad de 15 países mediterráneos, y examina cómo el sector de la alimentación contribuye a la demanda general que estos países imponen al capital natural de nuestro planeta. Gracias a sus cálculos, se puede ver la eficiencia de cada país mediterráneo a la hora de abastecer de alimentos a sus habitantes comparando la ratio de la huella ecológica de los alimentos demandados con la cantidad de energía alimentaria proporcionada.
Entre las conclusiones del estudio, los autores subrayan que los alimentos constituyen una proporción sustancial (entre el 20% y el 70%) de las necesidades totales de recursos de los países mediterráneos.También aprecian que al aumentar los ingresos per cápita, las necesidades de recursos alimentarios no aumentan necesariamente ya que las poblaciones tienden a pasar a consumir artículos de mayor calidad y precio. De cara a proporcionar seguridad alimentaria en el futuro, los autores apuntan no solo a la mejora de la eficiencia en la producción agrícola, sino también tener en cuenta la reducción de residuos y la promoción de dietas más sanas y que requieren menos recursos.
El descenso de la dieta mediterránea causa obesidad, diabetes e incluso es causa del aumento de cáncer
En ese sentido, la dieta mediterránea, considerada la más saludable, no ha dejado de descender en los países donde está más implantada -España, Italia y Grecia-, lo que ha generado un aumento sustancial de la obesidad y la diabetes, además de ser uno de los factores asociados al aumento de algunos tipos de cáncer en el sur de Europa.
Según el oncólogo Carlos A. González, “la pandemia de obesidad mundial muestra el fracaso de las medidas que se han implementado hasta ahora”. Además, reconoce que “aunque el aumento de peso en un problema individual, se requiere una solución social en la que las autoridades sanitarias deben plantearse nuevas y más radicales estrategias: forzando cambios en los modelos alimentarios, con impuestos especiales a los alimentos y bebidas con alto poder calórico, y promoviendo la actividad física organizada con gimnasios gratuitos en los barrios”.
Según el experto, estas medidas no se implantan porque no existe voluntad política y por el temor de enfrentarse a poderosas compañías multinacionales. No obstante, el autor señala que gran parte de las enfermedades crónicas se pueden prevenir porque están relacionadas con patrones alimentarios y de estilo de vida que son potencialmente modificables: “La prevención debe ser la principal estrategia en la lucha contra el cáncer, pero esto no depende solo de decisiones individuales, debe ser abordado a nivel social, como parte de las políticas de salud pública, con un cambio radical de prioridades en la distribución del gasto sanitario, incrementando las inversiones para promover y proteger la salud”.
Experiencias alternativas: comedores escolares ecológicos
Para cambiar la situación es necesario acercarse a los modelos que defienden la soberanía alimentaria: sistemas alimentarios locales, de base campesina, de producción agroecológica y que comercializan alimentos en tiendas de barrio, en mercados municipales, en cooperativas de consumo. Por eso concluye en la necesidad de seguir avanzando hasta que estos sistemas ahora alternativos sean realmente hegemónicos y populares, no minoritarios ni elitistas.
No existe voluntad política por el temor de enfrentarse a poderosas multinacionales
En los últimos años se han desarrollado múltiples iniciativas que construyen otro modelo alimentario. Entre ellas, las que más se han extendido han sido los circuitos cortos de producción y consumo a través de una amplia variedad de grupos de consumo que ponen en contacto directo (o con una intermediación pequeña) a agricultoras/as y consumidoras/es. Adecuados para alimentar a miles de personas en ciudades como Madrid o Barcelona, pero no a millones, este modelo tiene que seguir existiendo y creciendo, pero tiene que servir también para realizar saltos de escala, lo que pasa por centrales de compra agroecológicas, modelos de restauración colectiva o huertos urbanos productivos.
En este sentido, el reciente dosier sobre los impactos de los modelos alimentarios que acaba de publicar FUHEM, le dedica una parte a visibilizar algunas experiencias de distribución-gestión de restauración colectiva escolar ecológica como Ecomenja, una empresa gestora de comedores escolares ecológicos de Barcelona, oel proyecto “Alimentando otros modelos” que se desarrolla en Madrid en los colegios de FUHEM, en el que además de introducir alimentos ecológicos en los comedores, las familias están organizando grupos de consumo en los centros y el alumnado trabaja el tema de la alimentación a través de unidades didácticas en el aula.
8 de junio de 2016 Ana Belén Martín Vázquez